Así pasamos de acumular documentos médicos en carpetas azules a la digitalización
Había una vez un ciudadano, al que llamaremos B, que tenía la sana costumbre de ir al médico cuando se ponía enfermo. Cuando el médico no estaba accesible a corto plazo —de hoy para mañana— o si sufría un percance mayor, el ciudadano acudía al hospital, donde coincidía con otros tantos ciudadanos. Allí le atendían con mayor o menor premura según el grado de urgencia de su problema y en orden de llegada a igualdad de gravedad. Esto le podía comportar esperas, pero estaba razonablemente satisfecho.